No es de extrañar que los hongos hayan desarrollado una rica mitología en su relación con el hombre. Esa participación en muchos de los mitos ha sido propiciada por los efectos en el hombre de muchas de sus especies; en particular, las alucinógenas.

 Desde los albores de la humanidad esos hongos han participado de grandes culturas. Han sido patrimonio de religiones ancestrales. Y han sido monopolizadas por chamanes y sacerdotes que los administraban a sus prosélitos.

 Seguramente el conocimiento de los efectos alucinógenos de algunas especies se remonta a la época de los cazadores-recolectores. Con esa distancia, es difícil identificar el origen de mucho de esos mitos. Sólo un rastro de indicios, en muchos casos, imposibles de percibir por los no familiarizados con la micología, han llevado a especular, con una cierta base, sobre el origen de algunos mitos micófilos.

 El recuerdo cíclico de esos mitos, les han hecho emerger en varias ocasiones, alrededor de los más variados motivos, para volver otra vez a sumergirse en el olvido, excepto para unos pocos. Estos han tenido más suerte y han enganchado una historia más rica y consistente, y han permanecido, de esta forma, en el acervo mítico de las culturas actuales.

 Cada uno de los brotes ha ido acompañado por ciertas manifestaciones artísticas, normalmente, de arte menor, excepto en aquellos casos que se han mantenido permanentemente, como mitos más afamados.